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Y como eran las diez y á las doce se cerraba el periódico, y aún teniamos que entregar la Sinfonia, nos dispusimos á escribirla.

En cuyo momento preciso se nos anunció que un joven deseaba vernos con mucha urgencia.

-Digale que pase-dijimos, pero con mal reprimida contrariedad.

Y pasó, en efecto el joven que deseaba vernos con mucha urgencia, si que también con un rollo de papeles en el que clavamos los ojos con espanto.

-Pues venía sobre una oda.

-¿Sobre una qué?

-Sobre una oda al Océano que he compuesto yo mismo para CARAS Y CARETAS. Tiene tres cantos y una carta de mi tío con apreciaciones sobre el valor literario de la poesía.

-No es del género que conviene á la índole del semanario.

-Si, señor, que lo es, porque he tenido buen cuidado de salpicaria de chistes y de aludir a cosas de actualidad. Oh, le aseguro que le va á gustar muchísimo.

-Bueno; si quiere dejarla...

-Para eso la traigo, pero á condición de leérsela antes, porque como tengo un carácter de letra tan pésimo...

-En este momento nos es imposible escucharle, porque tene

para que Vd. la lea cuando pueda. -Lo siento mucho, pero...

mos los minutos contados. -No es cuestión de minutos, sino de segundos. Le recitaré los tres cantos solamente, dejando la carta del tio

-Comienza de un modo muy original, porque no se

habla nada del océano en los primeros versos.

¿Qué es el hombre en la tierra?

Un átomo que en vil carne se encierra,
un misero infusorio,

casi un sér ilusorio

que en el mundo, do libra cruda guerra,

se está llamando el rey, como es notorio.
Del alma en los arcanos..

-Caballero, tenga la bondad de permitirnos que...
-Va á gustarle esto:

Del alma en los arcanos más profundos,
por más que el hombre sea muy devoto
se encuentra el sentimiento de lo ignoto

y perfidos afanes errabundos

que al agitar el músculo y el nervio
le presentan al hombre muy soberbio.

Es una pincelada con la que creo que se retrata bien la vanidad humana, ¿verdad?

-Si, señor; pero tengo gran apuro por mandar á la imprenta estas cuartillas y...

-Entonces me saltaré todos estos conceptos sobre el sér consciente, para entrar de lleno en el océano, al que saludo diciendo: En tu grandeza, monstruo proceloso yo me abismo, y al verte tan coloso Júrole por Neptuno que lamento no haber nacido líquido elemento. Sobre tu lomo de olas titilantes onduladas, salinas y espumantes, Ja nave resbaló de proa á popa trayendo desde Gérova y Europa cartas, mercaderías y emigrantes. -Muy bien, muy bien; déjemelo, que lo voy á leer en cuanto acabe

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-Es que son las once y tengo que ir á la imprenta, (levantándonos y tomando el sombrero).

-Pues, mire V., entonces le acompañaré, porque yo hasta la una...

-¡Dios mío! ¿Como me desprendo de este hombre? (Entre dientes y dirigiendo los ojos al cielo). -¿Qué dice V.?

-Nada; es que hablaba conmigo mismo.

¡Carambal Baja V. los escalones de cinco en cinco... Ande con cuidado, que están muy húmedas las veredas... ¿Va V. á subir en este tranvía?... No, no, de ningún modo, permítame que pague yo... Pues tenemos que ir en la plataforma porque adentro no hay ningún sitio desocupado... La terminación del primer canto de la oda es medio simbolista, porque dice:

Diáfanas nayades besan al náufrago
y las castálidas de la voragine

le hacen ictiófago, y en niveas ánforas
de rico diáspero, le sirven ámbares...
Cual fieles carabos...

¿Va V. á apearse?... Espere que pare... ¡No cruce, que viene un coche!... ¡Diablo, corre V. más que una bicicleta!... Oiga V. la introducción del canto segundo.

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K

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¡Ah! Estamos ya en la imprenta?... No sabe Vd. lo que me alegro, porque empezaba à sentirme sin fuerzas... El canto tercero está dedicado enteramente á las puestas de sol y á los prácticos lemanes. Es donde aludo á los impuestos, al viaje de Roca al Brasil, y al... ¿Qué... no puede Vd. escucharme un momento má-?... Bueno, pues le dejaré el canto tercero para que lo lea en cuanto termine su trabajo... Corriente. no volveré, pero como me interesa conocer pronto su opinión, le preguntaré por teléfono.... Muy bien; se lo agradeceré mucho... No deje de leer con detenimiento la estrofa de los prácticos lemanes.

....

Y se fué por fin ¡se fué! aquel cólera morbo con figura de persona. dejándonos ante la terrible perspectiva de tener que llenar esta página en veinte minutos o retrasar la salida de este semanario.

Para salir del apuro, ningún remedio encontramos mejor que el de limitar nuestra Sinfonia de hoy al relato de lo que nos ha sucedido y que terminamos con la noticia de que el infame colaborador. á 'a media hora de marcharse, nos llamó por el teléfono para tecirnos: -¿Qué me dice Vd. del último canto? -Que sentimos no sea rodado. -¿Para qué?

-Para tirársele á la cabeza.

EUSTAQUIO PELLICER.

Los marciales estampidos de los cañones saludando la gran alborada julia. dieron el 9 la señal de las fiestas cívicas y de las expansiones populares. A pesar de que la vecindad entre las dos grandes fechas patrias perjudica forzosamente un poco á la segunda, desde el 8 fué fiesta en Buenos Aires, y el patrio tismo argentino rindió digna mente el homenaje debido á su histórico aniversario.

El dia 9 trascurrió entre pa seos de la multitud en fiesta, por las calles, avenidas y plazas enguirnaldadas de banderas que ondeaban alegremente bajo un claro y friolento sol de invierno, como por excepción encendido en el desfile penumbroso de estos largos días grises, para

LAS FIESTAS JULIAS

La manifestación ante la pirámide de Mayo

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de detalles tácticos en estas solemnidades, donde basta con que acuda el ciudadano, aunque no comparezca enteramente el soldado. A la noche la fiesta tuvo su nota radiante en la iluminación solar de la p'aza de Mayo, en la esplendente avenida, que reverberaba como incendiada, partiéndose en dos la espesa masa negra de la noche, con aquel ancho tajo de luz y alzándose algunas mansardas y cúpulas iluminadas como radiantes aspiraciones ascendentes en el oscuro espacio.

Les teatros. todos de gala, desbordaron por la noche, sin que en las calles y plazas por donde circulaban ruidosamente charangas y estudiantinas, se notase amenguado el vasto y

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traer en Julio al pueblo predilecto, saudades del sol de Mayo.

El Tedéum, à las 12 del dia, revistió su or dinaria pompa oficial y solemne, cantándose à nombre del pueblo agradecido, alabanzas à Dios. Pur la tarde, la parada militar llevó al aniversario ios viriles homenajes de la juventud argentina, revestida de marciales arreos, el arma al brazo, y en el corazón el devoto entusiasmo y la esperanza por las glorias que fueron y por los grandes días que serán. La parada fué correcta, fué buena en conjunto, pues es pequeña la critica

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E

EL BESO DE LA MONJA

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TRADICIÓN CORDOBESA

RA una gran procesión de seres velados la que, mar chando lentamente por las naves, se dirigía hacia el altar mayor de la iglesia, todo cubierto de negias colgaduras y de azuladas luminarias. En lo alto y bajo la noche estallando en estrellas que posaban sus labios inconmensurables en los apóstoles de las altas vidrieras, una campana doblaba pesada y funerariamente y el eco de sus vibraciones llegaba a confundirse, modulando un lamento con el ritmo de los salmos, en los que los acentos de las iras divinas volaban prepotentes como la cadencia de una enorme tempestad.

En los altares, las vírgenes de rostros maculados miraban asombradamente aquella extraña pompa, con sus fijas pupilas de cristal, y los arcángeles, destacándose sobre las descolori das telas de los retabios, sobre los capiteles de las gruesas columnas y entre la augusta magnificencia del presbiterio, parecían agitar sus grandes alas de nácar y oro à la caricia vacilante de la llama de los cirios.

El órgano gemia en el coro con la voz de sus mil flautas para estallar de pronto en un turbión de notas que asemeja ban el eco formidable de un Apocalipsis; y los incensarios humeando ante los fi aos facistoles parecían sostener la bóveda, que reteinblaba. con sus leves columnas azuladas, que de pronto se destlocaban en guedejas como el tul desgarrado de una novia.

Era aquel un solemne acto de desagravio por la apostasía de una monja teresa, que en la noche del 19 de Abril de 1758 fué encontrada en el jardín del convento en brazos del capitán de la Real Infantería don Antonio María de Allende. Un enorme escándalo produjo en la ciudad la noticia de semejante hecho, y en la curia eclesiástica, en el cabildo, en la universidad, en los conventos, en los estrados, en todo lugar donde se reunieran dos personas, fueran nobles, cuarterones ó mulatas, se hablaba del hecho con inmenso terror é indignados extremos.

Todo el mundo vestía de negro como en los dias de los lutos solemnes, y hubo devotos que hicieron pública penitencia para conjurar las terribles catástrofes que se presentían, penetrando á la catedral con las carnes desgarradas por el cilicio y barriendo las losas con la lengua.

La comunidad entera, después de una semana de penitencia y de crueles suplicios, conducía á la culpable ante el tribunal de Cristo, al cual había apelado de la sentencia de eterna reclusión que sobre ella había recaído, y en aquel momento el pueblo entero se encontraba de rodillas congregado ante las puertas del templo clausurado para todos aquellos que no ejercieran un mandato de Dios sobre la tierra. Y un coro de jóvenes, vistiendo de blanco y con el rostro velado, llevaba las flores frescas que habían de reemplazar á las que se habían deshojado en los vasos después de un largo abandono de siete días.

Sor María de los Angeles, la esposa adúltera de Jesús, estaba prosternada ante el ara, con la cabeza cubierta de ceniza y las espaldas desnudas y sangrientas. Esperaba allí su última sentencia. Para que sus labios volvieran á tener la casta limpidez de las patenas, era preciso que los aplicara sobre la frente del Cristo y que una milagrosa señal hiciera conocer los designios de lo alto.

Las campanas habían dejado de doblar y el órgano sólo hablaba á las almas con la callada voz de un gran silencio. Las virgenes ancianas miraban aterradas la faz de la imagen esperando el momento en que al contacto de los labios impuros cayera hecha pedazos; los canónigos se inclinaban bajo el peso de sus largas capas de duelo, y de vez en cuando un vago clamor traía los acentos del pueblo, que pedía clemencia con las frases balbuciantes de una enorme plegaria.

El obispo, vistiendo capa magna y empuñando el báculo, se acercó á la adúltera para guiarla hasta el tabernáculo. Ungió con óleo santo sus ojos para que alcanzara á columbrar la verdadera luz; purificó sus oídos para que escuchara la voz de la verdad; limpió sus manos del limo del pecado; sólo dejó sin ungir los labios

mancillados por la bo ca de un profano.

Tras de la consagra ción de la hostia, el momento de la prueba llegó. El Cristo se erguía en el altar, con los brazos abiertos, como encerrando en ellos un universo. Por instantes se creía oir el rumor de los corazones conmovidos.

La monja ascendió por la gradería y modulando un sollozo, aplicó su boca en la frente del Cristo. Un grito de inmensa admiración se escapó de todas las almas. Dios habia entreabierto sus pupilas y una sonrisa encendía una aurora entre sus labios marchitos.

Y sobre la hestia consagrada hablaban dulcemente al se miento los pálidos pé talos de una triste pasionaria.

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GOICOECHEA MENENDEZ

Dibujos de Eusevi.

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R

EL CHANGADOR

EPRESENTA en la clase obrera la falta total de habilidades. No le es familiar la garlopa, ni la plomada, ni el martillo, ni siquiera el azadón. Sus herramientas son el costal y la coyunda, aparejo de humano animal de carga. El changador de esquina es el canto rodado del pauperismo.

Nadie como este obrero puede decir que vive de sus costillas. La resistencia de éstas es su única facultad. Sus manos y su cabeza son torpes para todo. Es como la reducción del carro de transportes, con eje, ruedas y arandelas de hueso humane. Generalmente carece de toda inteligencia para multiplicar sus fuerzas con la maña; desconoce la eficacia de la palanca y de la calzadera para economizar esfuerzos, y sólo puede con aquellos pesos que se hallan al alcance de la acción de sus músculos.

Trabaja sin orden ni regularidad; unos días mucho, otros nada. En el

fondo es un verdadero holgazán, prefiriendo al trabajo regular y seguido, reventarse en una hora para vagar el resto del dia, tumbado en el umbral de una puerta,idiotizándose al sol.

Entre todas las castas de changadores, el más torpe es el changador de esquina. El de los andenes es activo y ágil para correr tras de los pasajeros, y algunos hasta ingeniosos para obtener con una frase aguda el trasporte de una maleta en medio de tumultuosas competencias;informa al viajero sobre hoteles cualquier otra ca sa de alojo transitorio, sobre las novedades de la ciudad y el suceso culminante del día.

El changador de puerto es todavía más despierto. Aunque en su vida no haya visto un mapa, tiene un notable instinto geográfico, conociendo en la cara de los viajeros el país de donde proceden. Es, además, casi un poliglota, domi

nando en todas las lenguas vivas y hasta en las indoasiáticas aquellos conceptos relativos al ofrecimiento de servicios profesionales. Conoce también las oscilaciones de todos los sistemas monetarios del mundo, sabiendo que cualquier peso extranjero, excepto el paraguayo, que ya no pesa absolutamente nada, vale tres ve ces más que el nuestro. Su genio económico es notable, pudiendo dar lecciones á nuestros hacendistas sobre la conversión del papel moneda sin que sufra ningún quebranto, pues el changador de muelle opera á oro, cobrando en efectivo el valor puramente teórico de nuestra moneda, valiéndose para ello de una argumentación sofística y convenciendo al viajero de que durante los 25 días que ha andado dando tumbos por el océano, los pesos de papel se han puesto á igual valor que los pesos de oro. Estas ventajosas operaciones han transformado á muchos changadores en cambistas y no será extraño que alguno haya llegado hasta banquero.

Ninguna de estas cualidades de despejo posee el changador de esquina. La coyunda á la cintura y el costal al hombro, recostado en la pared, se pasa la mayor parte de los días en la inercia. Cuando se juntan varios en la misma esquina suelen darse bromas cuya delicadeza puede competir con los respingos de las mulas; se prodigan manotones mutuos, se tiran la gorra,

Dibujo de Steiger.'

se zurriaguean con la coyunda y se cazan á lazo. El lenguaje es de puro corte académico; sus diálogos con los cuarteadores es de lo más escogido que puede ofrecerse; sus flores á las sirvientas superan á los discreteos de la comedia clásica; sus interjecciones son propias de un abate. El santoral les debe una expresión mística pronunciada á cada momento.

Por lo general se alimentan mal, y la carga de un baúl vacío les arranca copioso sudor, fatigas de mal comer. La mayor parte de ellos son solteros y viven en camada en el altillo de un almacén muy pobre, acostados sobre sacos de paja. Algunos, á pesar de su flojera interna, conservan excelente aspecto exterior, cierta belleza montaraz como la figura que acompaña á las presentes líneas.

En las horas de atorrancia, que son las más del día, y después de los respingos, suelen consagrarse con el vi

K.v. Steiger

D. Girls

gilante á dilucidar intrincados asuntos de políti

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ca

contemporánea, haciendo pintorescas apologías del partido vacuno, de la famosa muñeca de Pellegrini y de la mirada aviesa del Presidente.

Comentan los editoriales que uno de ellos lee al corro en medio de una atención que generalmente ya no se presta á la literatura editorial, género periodístico que á ellos les llama la atención únicamente por lo de la palanca, la palanca de la civilización, la palanca del progreso, la palanca de las instituciones, la palanca del orden, y, finalmente, la palanca nacional, que es el resumen de todas las palancas de la seria, fecunda y trascendental literatura de los artículos de fondo. En este apaJancamiento hay cierta analogía entre periodistas y changadores de esquina. Es para éstos una literatura gráfica, inabstracta, en la cual ven subir y bajar apalancados todos los problemas de la vida colectiva y á muchos doctores que se apalancan mutua

mente.

Los changadores de esquina profesan gran ojeriza á dos empresas que les hacen una competencia mortal: la empresa de Mensajeros y la de los carritos de la Mosca. A todo muchacho uniformado con pantalón de franjas y gorra engalonada, que lleva una carta en la mano, le miran con inquina, y tratan de animal de tiro, de parejero, al vestido de blusa larga que va entre las varas de un carrito y canta por la noche en un café de la calle 25 de Mayo. Cualquier sistema de locomoción les parece menos digno que el ejercido con las espaldas. Dan á su trabajo la importancia que se acuerda al sudor, al aciago sudor de la sentencia bíblica, que ellos derraman, no en metáfora, sino de un modo positivo, en agua caliente nacida del cuerpo cansado.

Con los medios de transporte económico, con los trucs de la changa, van desapareciendo de las esquinas estos hombres de la coyunda y del costal, quedando sólo los viejos sin reclutarse en las empresas, á los cuales, al faltar á su puesto de treinta años, hay que buscarles en la camilla de un hospital. Su vida es una mezcla de independencia y servilísmo, de inercia y fatigas, de miseria y bailes de acordeón, de guitarra y de gaita. Nadie les manda, mandándoles todo el mundo.

FRANCISCO GRANDMONTAGNE.

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