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al organismo enfermo. Tenia verdadero talento médico, porque alcanzó la condicion, más notable que es la formacion sintética de todas esas leyes para aplicarlas al enfermo. Gozaba el summum de la agudeza clínica. El problema de la enfermedad en el enfermo, nunca fué una ecuacion sin solucion para él. Inteligencia analítica, sacaba del detalle más íntimo el juicio clínico que solia bastarle para lanzar sus fallos absolutos sin ser los del maestro. Tenia algo más; el arte de pronóstico fué la condicion más relevante de su inteligencia médica; á ello se debió que su personalidad se acrecentara hasta tocar las cimas de las eminencias del prestigio en nuestro cuerpo médico nacional, llevadas en álas de cierta supercheria con que las sociedades acostumbran decorar la fé profesional.

Tenia algo del oráculo de los antiguos para el pueblo, muy principalmente en los años de su vigor intelectual. Un pronóstico fatal pronunciado por los lábios de Gualberto Mendez, llegó á ser más temido que las órdenes draconianas que los poderosos lanzan en la ceguera de sus venganzas.

Los misterios que sorprendia á la ciencia y al cuerpo enfermo, su agudeza clínica para alcanzar los procesos íntimos que lenta y solapadamente minan los organismos más bien constituidos, para concluir en el desgarramiento de todas las sinergias y potencias de la vida, fué el aspecto más científico y prestigioso de Gualberto Mendez.

Como cirujano, las operaciones de su larga clínica privada lo atestiguan y justifican.

Conocedor profundo de la anatomía del cuerpo humano, lo era más, de la anatomía regional. Dominaba el terreno operatorio, siendo preciso matemático, jamás trepidante.Ni un milímetro más de lo necesario, ni un centímetro ménos de lo exijido por los clásicos que fueron sus maestros.-El pequeño filete nervioso, los vasos que serpean la region, la direccion de sus fibras musculares, las proba

bles anomalías, las incidencias de un suceso, las suspicacias legítimas de la ciencia y las sensatas prevenciones de la razon, completamente seguro de su conciencia médica, pero poco confiado en el éxito, todo esto lo tenia presente; la serenidad de que se poseia, la suavidad de su fisonomía, algo como la iluminacion del artista en las concepciones de sus grandes obras, tal era Gualberto

Mendez como operador.

Eran los atavíos de su inteligencia brindados, prodigados y hasta expuestos con atractiva seduccion â sus compañeros en los momentos de la sesion operatoria. Operando, parecia que se agolpaban á su imaginacion convocados por la posesion de su cometido, en honor á sus grandes maestros, todos aquellos incidentes y sucesos anormales que la ciencia ha recogido en sus anales á manera de faros que precaven á los atrevidos exploradores.

Propio de su carácter y característico de su ciencia, siempre repugnó los grandes aparatos escénicos en operar, tenia la severidad y honestidad de sus altas. cualidades científicas.

En las consultas, era esencialmente práctico, profundo, sin petulancia. Nunca gustó disertar. Opinaba con la naturalidad del que está avezado á leer el cuerpo humano en sus procesos íntimos. Rápido, preciso, agudo en los juicios, jamás trepidaba, y resuelto en las indicaciones. Era la conciencia clínica que se imponia.

Nada le era desconocido en la ciencia médica. Su última palabra era la comunion diaria de su inteligencia. Sus familiares eran Vulpian, Charcot, Jaccoud, Dieulafois y Pasteur; este era Gualberto Mendez en el mundo de la ciencia.

Pero era más en el apostolado, que tambien lo sobrellevó con abnegacion.

Toda esta sociedad lo tiene presente. Está muy cerca del corazon de todos. De apostura distinguida, de suavidad de carácter, ameno y persuasivo en la con

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versacion, atrayente y solicito para con el enfermo, oportuno en el chiste, espiritual en la forma de su estilo; expresion de rostro tranquila y serena, como si no hubiera sino quemado por el fuego de las pasiones, ni lo hubieran agitado las tempestades de la vida; siempre complaciente y alentador á la cabecera del enfermo, llevaba en toda su fisonomía el espíritu humectante del alto sacerdocio-así que, unido á su robusto talento, jamás se aproximó al lecho de un enfermo, sin que el paciente no sintiera volver á la vida la atenuacion de sus fuerzas, ó levantar el abatido espíritu;— una palabra del doctor Mendez, era un rayo de luz hasta en el moribundo, que solia `concluir luchando más que con la propia vida, con el ansia de salvar en su fé aquella palabra suave y persuasiva, que llevaba la uncion de sentimientos delicadamente caritativos.

Destaquemos un rasgo más de esta personalidad científica que vivirá eternamente en la memoria de esta sociedad, y en el mundo, intelectual de su patria.—Queria á su país con entrañable cariño-Sintió el sentimiento nacional para la ciencia que profesó y aún para la política que nunca ambicionó.-Quizá la faltaron energías de carácter para constituirse con justos títulos en jefe de la Escuela médica nacional, ó sintió muy de cerca las dolorosas impresiones que dejan el criterio y la práctica en las evoluciones sociales de nuestro país.

Inteligencia ejercitada en todos los dominios de la ciencia humana, no habia problema intelectual, que él no conociera y en el cual no disertara con un atractivo, profundidad y erudicion tales,' que era imposible negar todo su poder de criterio y su brillantez de imaginacion.

Si no ha producido algo, en medio á la potencia intelectual, asimiladora que lo caracterizaba, quizá fuera porque el escepticismo minaba fuertemente su espíritu, y habia hecho sangre en el corazon.

Espiritualista por naturaleza y por estudio, proclama

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ba el dia antes de su muerte á un distinguido médico oriental, uno de sus más amigos, que toda su ilusion y anhelo lo reconcentraba en aquella su gran biblio

teca.

Rayaba en el misticismo de la ciencia-Gozaba de la beatitud científica.-Era el último aliento hácia las alturas. Gualberto Mendez al bajar á la tumba lo acompañan el orgullo nacional, el corazon de la matrona oriental, que cubre su féretro con los emblemas más sinceros y delicados del dolor, y sus colegas y compatriotas y la sociedad entera, con el adios eterno á sus justos y altos méritos discernidos aqui en la patria y en la tierra.

Discurso del Sr. Don José Càndido Bustamante

Señores:

La ausencia eterna de un ciudadano honrado, es siempre y en cualquier parte una calamidad pública; más, cuando á la misma virtud reunió un talento especial, profesó la ciencia y aplicó sus conocimientos en bien y conservacion de sus semejantes, entonces, herida la sociedad en las fuentes más vitales. del sentimiento público busca como espresar su dolor por medio de diversos órganos, de distintas manifestaciones.

Tócame la honrosa si bien tristisima tarea, de hacerme en este momento éco de H. Cámara de Representantes, para en su nombre al de la comunidad de los ciudadanos, la expresion del pesar que esperi

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menta ante la pérdida del ilustrado ciudadano y esclarecido facultativo que baja á la tumba, cuando aún tan útil podia ser á la Patria en que ració y á la humanidad que alivió tantas veces.

Señores: Nuestra jóven Nacion, como todos los pueblos creados en esta region conocida por Nuevo Mundo, demostró siempre el amor que profesa á las ciencias y así mismo á todos los conocimientos universales que constituyen el creciente progreso de las sociedades modernas.

La Medicina desde los primeros dias de nuestra organizacion política y social, encontró en nuestras playas vasto campo donde desarrollarse benéficamente, y esto se esplica con facilidad si tenemos en cuenta la índole hospitalaria de nuestras masas y ese espíritu fraternal que nos caracteriza dentro y tanto nos levanta fuera de nosotros mismos, espíritu que ha establecido entre la profesion médica y la filantropía la unidad bienechora de la que fueron apóstoles desde primitivos tiempos Gutierrez, Martinez, Mendoza y tantos otros hijos adoptivos de esta madre comun que lo mismo acoje al propio que al estraño; por solo el mèrito;-como nuestros compatriotas Vilardebó, Ferreira, García Wich, nunca bastantemente llorados, hasta Mendez cuya existencia se ha estinguido súbita, ya que no inesperadamente, como clara lumbrera, á impulso de repentina ráfaga.

Felizmente y aún en medio de tanta angustia para la Patria y la sociedad, no queda ni medio en tinieblas el augusto templo de la ciencia y el saber.

Arden en el magestuoso monumento consagrado á ambas deidades, maestros, luminosas antorchas que prestan luz y calor á los discípulos que persiguen con fè la práctica de ese apostolado, cuyo evangelio cuenta ya con héroes de la profesion, con mártires del deber. A los primeros, alentémosles en nombre de los sagrados deberes del patriotismo y de la salud pública,

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