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A mi pobre entender, ni parece natural el que a las himadas de la basada ni a las anguilas de la cuna, elementos principales del aparato de lanzamiento de los buques, se les pueda llamar varas, con mediana propiedad, y si hemos de conceder algún vislumbre de exactitud a las definiciones de los diversos significados que a dicho substantivo asigna el léxico, ni a los pequeños maderos semejantes a picaderos, sobre los cuales resbala la embarcación, lo mismo cuando se la pone en seco que cuando se la pone a flote, se les llama, que yo sepa, varas, sino varales y aun más propia y generalmente parales, según unánime afirmación de los prácticos en construcción naval.

Lo sucedido en este como en otros muchos casos es que algunos autores de Diccionarios -marítimos, lejos de padecer el vicio mío de tener el valor de sus convicciones, se han sentido agobiados bajo el peso de la autoridad académica y han preferido el aceptar a ciegas o sin gran discernimiento sus declaraciones, a tomarse -como fuera natural-el trabajo de discutirlas, para, según los casos, o ponerles razonable veto o con fundamento sancionarlas. Cómodo proceder, por todo extremo vicioso e indefendible; porque es lo cierto que si en algún modo puede tener asomos de disculpa el que, tratándose de

voces puramente técnicas, acepte la Academia la sentencia de los profesionales, aunque el asunto a que se refiera no esté, en algunas ocasiones, tan claro como fuera menester; nunca tendrá ni aun mediana explicación el que los técnicos de un oficio de tan excepcionales circunstancias como el náutico, anulen su personalidad y rindan su criterio, sin conatos de discusión ni de protesta, ante las imposiciones del dictamen, por profano desautorizado, de clérigos o inquisidores, de helenistas o de vates.

Aparte de lo dicho y como demostración de cuán expuesto es el entrar, sin la debida preparación, en el cercado ajeno, no quiero callar, porque ello, si es verdad, resulta contundente, mi sospecha de que en el artículo VARAR se hizo el señor Covarrubias un solemne lío.

<VARAR es-dice el Thesoro-echar al agua algún vagel, llevándole por algunos maderos que llaman varas y de allí se compuso el verbo DESVARAR, que vale deslizar. »

De cuya explicación parece deducirse que el verbo que con aquel motivo se compuso, lejos de ser VARAR, según reza el epigrafe, fué DESVARAR, esto es, deshacer la varadura, poner a flote, echar al agua, botar, y, por consecuencia, la operación completamente contraria a la supuesta, y absolutamente conforme, como tal, con

mi juicio, ya que es claro de toda claridad que si VARAR es tomar tierra, bien puede ser DESVARAR volver al agua; si es VARAR encallar en cualquier forma, DESVARAR puede ser poner a flote; y, en general, y sea lo que quiera VARAR, siempre corresponderá a DESVARAR, en buena lógica, un concepto, más que distinto en cierto modo y en tal o cual medida, el que resulte, en definitiva y en toda su amplitud, total y esencialmente contrapuesto.

En resumen: que el señor Covarrubias escribió en su catálogo VARAR y dijo DESVARAR al definir, con mejor tino; que su patente contradicción no debió nunca deslucir más que el THESORO; y que debe salir del Diccionario lo que por nada ni por nadie debió entrar en él: la peregrina falsa acepción de una voz tan conocida, tan llana y tan corriente como el verbo VARAR, que en su doble sentido, recto y figurado, parece ajeno a toda discusión.

(Del Boletín de la Real Academia Española.)

DIFUMINO.

Tan lejos de suscribir la grave, absoluta, depresiva y tal vez poco meditada exageración en que cayó el sabio polígrafo D. Marcelino Menández Pelayo, cuando dijo que: «el más incorrecto de nuestros escritores amenos puede pasar por un dechado de pureza, casi por un clásico, al lado de los que son tenidos por más literatos entre los tratadistas de Medicina, de Matemáticas, de Filosofía y aun de Bellas Artes», como de considerar a los ténicos-a cuyo número tengo la honra de pertenecer-dignos de figurar en el mundo de las letras como espejo de hablistas puros o de escritores selectos; soy de los que opinan que así como son merecedoras de grande pero no absoluto respeto las definiciones por ellos redactadas, en su concepto estrictamente científico y profesional, así también deben ser objeto de prudente análisis, exento de pasión y prejuicio, en todo aquello que tiene conexión con su doble carácter, lisa yllanamente filológico.

Recuerdo a este propósito que el autor de cierto tratado de Cosmografía presentado en un concurso oficial como aspirante a un alto premio, llamó luz cendrada-lumière cendrée, que dicen los franceses-a la débil claridad que nos permite vislumbrar la parte obscura del globo de la

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